El escritor nunca debe bajar la guardia, y se cerciorará en todo momento de que emplea la palabra justa en el lugar apropiado. Se valdrá siempre de la herramienta suprema del oficio de escribir: el diccionario.
Dice Fernando Sánchez Dragó en su prólogo a mi GRAMÁTICA INGLESA PARA TORPES, Anaya, 2013:
"Yo, de niño, leía los diccionarios como si fuesen novelas. Lo sigo haciendo. Una línea Maginot de obras de ese tipo me rodea y me protege. Las tengo a cientos, y entre ellas figuran, siempre a mano, todas las que Delfín ha compuesto.
Otra sincronía… Me enteré anoche, leyendo lo último de Jesús Marchamalo (Cortázar y los libros, Fórcola), de que al autor de Rayuela e inventor del neologismo –cronopio– que antes adjudiqué a Delfín, le sucedía lo mismo. Otra de sus aficiones de infancia –escribe Marchamalo– fueron las definiciones del diccionario. Pasaba horas sentado con un Pequeño Larousse que le habían regalado, en el que buscaba palabras y significados: goleta, porrón, tifus…
• ¿Qué le ves al diccionario? –le preguntaban.
• Todo.
Un periodista, en cierta ocasión, preguntó a Hemingway el motivo de que hubiera reescrito treinta y dos veces la última página de Adiós a las armas…
–Encontrar las palabras justas –dijo su autor–. Eso fue todo.(George Plimpton, Interview, Paris Review, 1958. "I rewrote the ending to Farewell to Arms, the last page of it, thirty-nine times before I was satisfied." Getting the words right. Nota de DCB.
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