Los errores
tipográficos en la letra impresa son la pesadilla de todos los autores, de
todos los que escribimos. Pueden fácilmente convertirnos en el hazmerreir de la
comunidad cultural y avergonzarnos y acabar siendo la mofa y diversión de
nuestros detractores.
No hay libro
que esté exento de esta lacra, a pesar de tener mecanismos muy sofisticados
tecnológicamente. Las galeradas se corregían hasta tres veces, en ocasiones por
correctores diferentes, que eran incapaces de detectar el gazapo que se ríe de
ellos en sus barbas, y que es obvio una vez impreso el libro.
Ahora ya no
hay ni correctores. Los editores, en su afán de dinero, escatiman y
esperan que el autor lo haga todo. ¡Van apañados! Luego se quejan.
Se conoce la
errata de imprenta como duende, gazapo,
errata, mosca, mentira y mochuelo en la jerga de impresores.
La errata
aparece en todas las lenguas.
Ramón Gómez de la Serna definió la errata tipográfica con
dos greguerías: 1. “Un microbio de
origen desconocido y de picadura irreparable…” 2. “Las erratas son las hermanas
de las ratas.”
José
Esteban escribió en el 2002 un librito titulado Vituperio (y algún elogio) de la errata que informa de numerosas
erratas chuscas.
Se publicó La feria de los
desiertos de Pío Baroja que era en realidad La feria de los discretos.
Alejandro Dumas sufrió que publicasen La
dama de las camellas en vez de La
dama de las camelias.
Cuando murió Blasco Ibáñez un periódico explicó que el cuerpo del escritor iba cubierto de una señora, por señera.
Otro periódico hizo referencia a todos los errores tipográficos de un
libro de Alfonso Reyes diciendo: Acaba de
publicar Alfonso Reyes un libro de erratas con algunos versos.
A Manuel de Prada le cambiaron su frase sobacos intonsos por sobacos intensos.
Roger Colom escribió un artículo sesudo titulado El “Pero”, estudio lingüístico que apareció impreso como El “Pedo”, estudio lingüístico.”
A Manuel Altolaguirre le cambiaron el verso Yo siento un fuego atroz que me devora por el más interesante Yo siento un fuego atrás que me devora.
Un crítico literario dedicó sus artículos sobre estética de vanguardia a
la Condesa de X, diciendo: Cuyo exquisito
gusto conocemos bien todos… pero el duende de la imprenta cambió gusto por busto.
“La señora Marquesa se durmió y el señor Marqués, después de darle un
beso en la frente, salió de putillas.” Putillas por puntillas.
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