a. ¿Quiénes son mis lectores? Debemos imaginarlos.
b. ¿Qué resultado quiero obtener? ¿Cómo quiero que se sientan mis lectores? ¿Qué quiero que crean o aprendan?
c. Da a leer partes del escrito para que te den una opinión. Esto es peligroso pero necesario. No nos creamos poseedores de la verdad literaria; la reacción de los demás antes de publicar o enviar nos puede ayudar mucho, aunque debemos prepararnos para las opiniones sonsas, hueras u ofensivas. No abusemos tampoco dando a leer un manuscrito de 350 páginas al vecino que es periodista.
d. El lector no es vidente y comprende solo lo que le damos a leer. No puede hacer el esfuerzo de meterse en nuestro cerebro para descifrar lo que le queríamos comunicar.
La solución es simple: seamos escritores-lectores.
En ESCRIBIR BIEN PARA TORPES explico esto y más, con prólogo de Antonio Muñoz Molina y dibujos de Forges, editado por Anaya, 20013.
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